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La resaca de un buen viaje.

A veces nos pasa. Planeamos un viaje durante semanas o meses, revisamos los detalles del itinerario, soñamos con el destino y las personas que encontraremos, buscamos los mejores lugares para comer, preparamos las maletas, encargamos nuestras plantas, vaciamos el refrigerador, iniciamos el viaje.


Pasan las horas y con suerte, el viaje comienza a revelar su verdadero potencial, los encuentros son profundos, los tiempos son perfectos, las coincidencias se presentan una tras otra. Empezamos a vivir experiencias que no teníamos planeadas, conectamos con el destino, su gente y su cultura,, vivimos encuentros y reencuentros, nos desprendemos de nosotros y encarnamos la personalidad exploradora para vivir esas emociones reservadas sólo para los verdaderos viajeros. Los sabores,, los sonidos, el tacto y los colores parecen ser más profundos e intensos, las camas de los hoteles son increíblemente cómodas y con un poco de suerte, la cama de nuestro hotel se quedará intacta durante la noche, porque la vida y el viaje nos llevó por rumbos inesperados.



No queremos que termine, no entendemos cómo sucedió tan rápido, el tiempo nunca avanza a la misma velocidad. Vienen las despedidas, se asientan las emociones, hacemos la maleta que casi siempre regresa más llena que al inicio viaje, tomamos el taxi a la terminal, el viaje ha llegado a su fin.


Regresamos a casa con el alma repuesta, con el corazón contento, la barriga llena y con las historias de un viaje que con suerte, habrá cambiado nuestra vida. ¿Pero qué pasa entonces?


Regresamos a nuestra vida cotidiana, a las responsabilidades que dejamos pendientes, a los post-it pegados en el tablero, las cuentas por pagar, el refri por llenar y la cama conocida. Nos invade una sensación de bienestar, de paz y de comodidad pero también de nostalgia adelantada, regresamos a nuestra casa, pero algo se quedó allá en el destino, una parte de nosotros se quedó en la cantina que se convirtió en un salón de baile, en el fondo de esa botella de mezcal, en la foto que tomamos a la hora perfecta. Nos alegra estar en casa, pero entonces llega la resaca del buen viaje.


Todos hemos escuchado esa frase de tía “necesito vacaciones de mis vacaciones” y no es para menos, un viaje implica esfuerzo físico y mental, nos expone a emociones y sensaciones nuevas, los estímulos nos embriagan y a la mañana siguiente despertamos con una sensación de confusión, con un golpe en la frente, con mucha sed del agua de otros pozos.


Me sigue sucediendo. Tantos viajes y no puedo escapar a esa sensación y para ser honesto, estos días estoy enfrentando a uno de esos momentos. Pero bueno, como dice Fito “Me gusta abrir los ojos y estar vivo, tener que vérmelas con la resaca, entonces navegar se hace preciso en barcos que se estrellen en la nada”.


He aprendido a lidiar con ese crudo regreso, les comparto algunas de las cosas que he aprendido a hacer para disfrutar el regreso a casa después de un gran viaje:



  • Deshacer maleta de inmediato: Lo he escrito antes, creo que hay dos tipos de personas, los que deshacen maleta de inmediato y quienes tardan días (o semanas), yo soy de los primeros. Deshacer la maleta, guardar todo y ponerlo en su lugar me permite hacer la transición a la rutina de forma rápida y sin dolor.

  • Dejar algo de comida para mi regreso y una cerveza: No hay nada más triste que llegar a una casa sola y un refrigerador vacío, por eso, antes de viajar, me aseguro de dejar al menos una cerveza en el refrigerador y un plato de comida en el congelador, así puedo llegar y tener al menos una comida decente a mi regreso. Es también un acto de amor propio, mi yo del pasado cuidando a mi futuro yo.

  • Agradecer mucho: Hacer consciente el regreso, el viaje y lo aprendido, agradezco con los actos, en la meditación, escribiendo, procesando las emociones, pero siempre haciéndolo de forma consciente y con propósito.

  • Regresar de inmediato a la vida, pero dándome tiempo y espacio. Este es el punto que me ha costado más trabajo. La mayoría de mis viajes, aunque los vivo con placer, son de trabajo, esto hace que definir una línea entre mi vida personal, descanso y trabajo se vuelva a veces confusa. Mi más grande reto es el de muchos de ustedes, poder estar en paz con el descanso y el “dolce far niente”, no es fácil para mí pasar un día sin trabajar o sin querer ser productivo, aunque el descanso y la desconexión a veces sean lo más productivo que podemos hacer.



Sigo trabajando en ésto, aunque ahora entiendo que la fórmula está en regresar tan pronto como me sea posible al trabajo, pero hacerlo de forma gradual y sobre todo, nunca saltarse los momentos de descanso físico, mental y emocional, darme tiempo para terminar el viaje, el de adentro.


¿Le ha pasado?¿Tienen algún mecanismo para evitar esa resaca de viaje?

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